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El Paradigma Militar

Javier Sánchez Galicia, Presidente del ICP Iberoamérica.

Los primeros textos escritos ―y con ellos las primeras elucubraciones teóricas― aparecen en el ámbito militar en China y en Grecia, en el siglo v a.C. y responden a dos concepciones diferentes de la estrategia. Mientras para Occidente se trataba del uso inteligente de la fuerza (en una confrontación de ejércitos), en Oriente, el énfasis se ponía en el uso de la inteligencia para resolver el conflicto (en una confrontación de estrategias). Ambas líneas viven vidas separadas, pero coinciden en que la estrategia es un conocimiento reservado exclusivamente al ámbito militar.

Desde esos primeros textos, muchas cosas han cambiado: las necesidades, las armas, los sistemas de combate/defensa, la figura de quienes están en condiciones de formularlas, las relaciones de los estrategas militares con el poder y la política, los sistemas de información y de desinformación, entre otras. Esos cambios han generado innovaciones en la estrategia militar, pero, si algo no ha cambiado, es la nitidez con que esta concepción de la estrategia acota el fenómeno objeto de su estudio: la dirección del conflicto armado y la defensa del Estado. A continuación, veremos el desarrollo de este concepto en diferentes lugares.

Grecia. El término estrategia procede del griego strategia. Surge tras la grave derrota que los ejércitos medos y persas infligieron a los pueblos helénicos (Alonso Baquer, 2000).

Es como si hubiesen decidido hacerlo mejor la próxima vez. La palabra tiene un origen fónico derivado de strategós (general), compuesto de stratós (ejército, más propiamente, la infantería desplegada en capas sobre el terreno, de donde deriva también estratificación en geología) y del verbo agein (conducir). Se refiere, pues, al cargo propio del conductor de la tropa. Subrayemos ese sentido inicial de conducción y liderazgo, pues son cualidades que hoy entendemos propias de un buen político y su equipo de campaña.

Roma. Vuelve a aparecer la palabra estrategia durante el apogeo del Imperio romano, pero esta vez con strategia y con la acepción de prefectura, gobierno militar de provincias. El énfasis pasa de las aptitudes del mando al área geográfica en que este ejerce su poder, lo cual le da un sentido espacial al término. Así, la utilizó Plinius Secundus, (muerto en el año79 d.C.). Pero los generales romanos no sólo recibieron de los griegos la palabra strategia, sino también el arte de la estrategia. La necesidad o la ambición de Roma era ensancharlas fronteras, y Julio César tenía que servirse con acierto del arte de la estrategia para tal propósito. En este contexto, Tito Livio introdujo una reflexión política sobre las raíces del poder que habían hecho crecer a la República romana. Quince siglos más tarde, la habría de recoger el florentino Nicolás Maquiavelo quien, a comienzos del siglo xvi, fundamentó el pensamiento moderno sobre el conflicto militar y su incidencia en la política y las relaciones interestatales.

El Renacimiento. Maquiavelo refunda la estrategia en una doble dirección: la abre a la política y la racionaliza. El padre de la ciencia política dio un gran peso al factor racional en su análisis de la estrategia militar. Comparta la creencia del Renacimiento, en cuanto a la razón del hombre y su optimismo. En su escrito El arte de la guerra (un título que repiten diferentes autores), Maquiavelo expresa que la guerra es un hecho necesario para el Estado. Por ello, la guerra no podía quedar supeditada al azar, y se afanó en la búsqueda de las leyes que rigen los acontecimientos militares.

Maquiavelo estaba convencido de que, valiéndose del arma de su razón, el hombre estaba capacitado para conquistar y destruir el reino del azar. Revisó los métodos tradicionales de la organización militar y convirtió la preparación eficiente para la batalla en el único criterio para la composición del ejército (Agozino, 1989). La racionalidad instrumental de Maquiavelo va a tener una fuerte influencia hasta nuestros días.

La Ilustración. En un intento de aligerar esta reseña, damos un salto del Renacimiento a la Ilustración. Llegamos justo a tiempo para vivir uno de los momentos históricos de la estrategia. Es 1772 y ese año se publican, en París, los trece capítulos de Sun Tzu, rebautizados como El arte de la guerra. Ello fue gracias a la traducción del Padre Amiot, misionero jesuita que trajo consigo el texto desde Pekín. Las dos grandes concepciones de la estrategia se encuentran así, por primera vez.

China. La obra cumbre de la estrategia oriental es El arte de la guerra. De ser ciertos los datos que sitúan esta obra a finales del siglo VI a.C., significaría que fue escrita unas décadas antes de que el término griego apareciese documentado. Pero, ni Sun Tzu la tituló así ni tampoco utilizó nunca los términos estrategia y estratagema. En chino arcaico, además de estrategia, significó proyecto, plan, idea, estratagema, táctica, artimaña, truco.

El Arte de la Guerra de Sun Tzu

El pensamiento estratégico de Sun Tzu se apoya en dos ideas: la astucia y el cálculo. Defiende la tesis de que la batalla debe ser ganada más por la maniobra y la astucia, que por el choque armado. Otorga una gran importancia a la heterodoxia ya la sorpresa como factores del éxito estratégico. Para él, el principio estratégico supremo consista en vencer y someter al enemigo sin combate: todo el arte de la guerra está basado en el engaño.

Como Hegel, Sun Tzu critica la resolución de la guerra por medio de exterminios. Para él, la confrontación no es entre ejércitos, sino entre estrategias: la mejor estrategia es atacarla estrategia del enemigo. Llegar a la batalla auténtica con sus correspondientes destrucciones es, pura y simplemente, un error por parte de ambos generales. Este es el modelo ideal de la guerra concebida como juego (Echeverría, 1980). En última instancia se resigna al empleo de la violencia: Solo cuando no fuera posible derrotar al enemigo por esos medios (maniobra y astucia), se debe recurrir a la fuerza armada. Pero, incluso en ese supuesto, impone que bajo las siguientes condiciones: por el más corto tiempo, con el menor sacrificio de vidas e infligiendo al enemigo las menores pérdidas materiales posibles.

La moderación de Sun Tzu contrasta con la idea legitimadora, primero maquiavélica y después neo clausewitziana, de una supuesta “racionalidad” de la guerra, como acto de violencia llevada a sus extremos. El pensamiento de Sun Tzu influyó en Hô Chi Minh y Mao Tse Tung. En Occidente, su mensaje prende tardíamente en una sociedad cansada de la violencia de la Segunda Guerra Mundial y las tensiones de la Guerra Fría.

Encontramos la sombra alargada de Sun Tzu en las palabras del general Beaufre, cuando define a la estrategia como “el arte de la dialéctica de las voluntades que utilizan la fuerza para resolver el conflicto”, y de Liddell Hart (1954): “La perfección de la estrategia es, en consecuencia, producir una decisión sin ninguna seria confrontación”.

La validez de los principios estratégicos de Sun Tzu aplicados al mundo empresarial ha sido también destacada por numerosos autores y libros (Chow, 1991; Freire, 1997). Hoy es un ícono de Hollywood (véanse Wall Street de Oliver Reedy algunas de las películas que interpreta Steven Segal). Es fácil de encontrar en las librerías de los aeropuertos, aunque en versiones un tanto frívolas: “Sun Tzu para ejecutivas agresivas”, o “Sun Tzu a la hora del té”, etcétera. Pero sería un error pensar en Sun Tzu como un hecho aislado, pues los tratados de estrategia responden a una rica tradición en China, donde tenían carácter secreto. Lu Tajie cita 1300 títulos, de los cuales solo 288 están disponibles.

La influencia de la obra de Sun Tzu y de su doctrina, basada en el triunfo de la inteligencia sobre la fuerza, ha sido importante para estrategas posteriores de China, Japón y Rusia (Alberto Pérez, 2008). China, por ejemplo, tiene un recetario de estrategia militar organizado en 36 capítulos y principios denominado Las treinta y seis estratagemas. Por su parte, en Japón, el arte de la guerra está reservado a los samuráis y a otros grupos de élite.

Como ejemplos de tratados sobre la guerra y al arte de la espada (bushido) encontramos El libro sobre las tradiciones familiares en el arte de la guerra de Yagyu Munemori y El libro de los cinco anillos, de Miyamoto Mushashi. El arte tradicional del bushido japonés y la mística de los samurái siguen vivas en el Japón actual, y marcan el curso de las relaciones políticas, profesionales y personales.

Fue en 1843 cuando la palabra estrategia recibió la aceptación y respaldo de la Real Academia Española de la Lengua. Como era de esperarse, la primera acepción de la RAE fue, y sigue siendo, militar: “arte de dirigir las operaciones militares”.

En el siglo XIX, se produjo un hecho importante: la separación entre estrategia militar y política. La distinción careció de sentido mientras las dos funciones las asumía una misma persona (caso de Federico de Prusia y Napoleón), pero, cuando el mariscal Von Moltke describió la estrategia como la “adaptación práctica de los medios puestos a disposición de un general para el logro de un objetivo que se persigue”, fue ya muy clara la diferencia entre estrategia y política. En esta definición destaca la responsabilidad de administrar bien los recursos que el gobierno asigne, por tanto, las palabras de Von Moltke tienen además el mérito de destacar el rasgo del estratega como “administrador de recursos”.

La estrategia como ciencia del conflicto

A inicios del siglo XX, los principios estratégicos elaborados en el ámbito militar se comenzaron a aplicar analógicamente a otros conflictos civiles sin violencia necesaria, así como a otras áreas del conocimiento. La estrategia se convirtió, así, en la ciencia del conflicto, como Schelling (1960) la bautizó. Ese impulso invasor de la teoría estratégica sólo se puede entender si se le relaciona con la ola de desregularización que Occidente estaba viviendo en esos años. Con ella, emergieron conflictos sociales que hasta ese momento habían estado ocultos.

No es casualidad que, en 1907, la American Sociological Association le dedicara al conflicto su sesión anual. Dos factores habrían de tener una especial incidencia en esta extensión analógica: a) La desvinculación de la estrategia del uso de la fuerza; b) La extensión de la estructura de la situación de conflicto del campo militar a otras áreas de la vida social sin violencia necesaria.

La idea de que existen otros conflictos aparte de la guerra y que la fuerza no es la única ni necesariamente la mejor forma de resolverlos terminó aplicando la inteligencia de la estrategia a otros campos de competencia sin violencia necesaria, como puedan ser la política o la economía siempre que se diesen ciertos factores:

  • La persecución de objetivos en situaciones competitivas

  • La participación de otras personas o sistemas que con su intervención (real o potencial) puedan perjudicar la consecución de dichas metas

  • La posibilidad de elección entre diferentes alternativas de acción

La idea no era original, estaba ya en Clausewitz: “Sería mejor si en vez de comparar la guerra con cualquier otro arte, la comparáramos con el comercio, que es también un conflicto de intereses y actividades humanas”. La analogía entre la guerra, la política y el mercado (de votos, productos, servicios) ha llevado a confusión a muchos hombres y mujeres de acción, al creer que la vida es un campo de batalla y que todo competidor o adversario político es un enemigo. Este es un error que se debe evitar, pues una teoría pensada para el conflicto puede funcionar mal en una sociedad llena de interdependencias, y donde una negociación suele ser mejor que una confrontación.

La guerra y la comunicación política

Como ya señalamos, el término War Room está asociado con las actividades militares. Aplicado a otros ámbitos como la política o los negocios, se define como la oficina central demando, donde se elaboran las estrategias y se toman las decisiones en una campaña (Safre, 2008). Por su parte, Ibinarraga y Trad (2009) lo definen como el cuerpo colegiado de trabajo diario que realiza las acciones tácticas de una campaña política moderna, al responder al ataque o la denuncia.

En comunicación política, el término War Room se asocia con un grupo de personas con diferentes especialidades y visiones que aportan su experiencia y conocimiento, para establecer las acciones por seguir en una campaña electoral. El trabajo de este grupo especializado no solo se concentra en responder al ataque de los opositores, sino anticipar acciones que le permitan conservar una ventaja en la contienda (Carville y Begala, 2002). Las actividades son diarias y obedecen a una planeación estratégica que previamente ha sido diseñada y plasmada en un tablero de mando.

Debido a que, actualmente, las batallas políticas se libran en los medios de comunicación, los miembros del War Room deben ser, ante todo, especialistas en analizar la información disponible (noticias, encuestas, mensajes, pautas, etcétera), y contar con la experiencia necesaria para construir respuestas contundentes y oportunas. Experiencia, especialización y, particularmente, conocimiento en comunicación son las características de los miembros del cuarto de guerra. Como dirían Carville y Begala (2002), deben ser más rápidos, más inteligentes y más agresivos que el oponente.


 
 
 
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